El último martes de cada mes las Misioneras de San Antonio Maria Claret organizan una lectio divina itinerante con nuestros hermanos y hermanas sin hogar. El encuentro se realiza a partir de las ocho de la noche “en la casa de Pablo”. Después del cierre de los negocios cercanos a la Plaza de San Pedro, mientras pasa todavía algún turista, Pablo coloca su maleta en el suelo y la cubre con una sábana. Es el altar alrededor del cual reúne a un pequeño grupo de amigos – personas en situación de indigencia, voluntarios de una parroquia vecina, algunos sacerdotes, religiosos/as, laicos – para escuchar y meditar la Palabra de Dios.
Esta es una iniciativa de la comunidad en la que vive sor Elaine Lombardi MC, que después de varios años de acompañar esta realidad, cree que las “personas sintecho” tienen necesidad no solo de comida y mantas, tienen necesidad de algo más. Como lo indica papa Francisco en la Evangelii Gaudium en uno de los números más interpelantes de esta exhortación apostólica: “Quiero expresar con dolor que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La gran mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria” (EG 200).
Esta “lectio divina en la calle” es un pequeño signo que busca responder a esa inquietud que plantea el papa Francisco de ofrecer la atención espiritual a los pobres. Cada encuentro es una experiencia única de comunión y esperanza. En medio del bullicio de la Ciudad Eterna que lentamente se apaga, la pequeña asamblea se reúne en torno a la Palabra, buscando en ella consuelo y fortaleza. Las reflexiones emergen de la realidad concreta de quienes participan. Algunos comparten sus vivencias de lucha diaria, otros expresan su gratitud por haber encontrado en este espacio un momento de paz. La Palabra de Dios ilumina las sombras de la calle y recuerda a cada uno su dignidad y su valor. No hay prisa, no hay distancias: en esta “casa de Pablo”, todos son hermanos, hermanas.
Además de la oración y la reflexión, el encuentro se convierte en una oportunidad para brindar ayuda concreta. Voluntarios reparten café o te caliente, bocadillos y algunas mantas para la noche fría. Sin embargo, como insiste sor Elaine, lo más importante es el tiempo compartido, la escucha atenta y el reconocimiento de cada persona en su historia y su sufrimiento. Manifestar el calor de una comunidad que acoge y acompaña. “El Evangelio nos llama a mirar a los pobres con los ojos de Jesús”, dice un joven voluntario. “A veces creemos que ayudar es solo dar cosas materiales, pero ellos nos enseñan que lo más valioso es sentirse amados, escuchados y comprendidos”.
A medida que la noche avanza y la lectio divina llega a su fin, se elevan algunas peticiones espontáneas: por la salud, por el trabajo, por una oportunidad para salir adelante. Finalmente, un Padrenuestro y la bendición marcan el cierre del encuentro, pero no el fin de la fraternidad. Muchos se quedan conversando, compartiendo experiencias y fortaleciendo los lazos que esta iniciativa ha permitido tejer. Para quienes participan esta lectio divina itinerante es un recordatorio de que la fe se vive en el encuentro con el otro, especialmente con aquellos que el mundo suele olvidar. Es un signo del Reino de Dios que se hace presente en la calle, en la noche, en el corazón de quienes, aun en medio de la adversidad, siguen confiando y esperando.
En el contexto de este año jubilar dedicado al tema esperanza conviene recordar el sentido bíblico del jubileo como “año de liberación”, tal como lo describe el profeta Isaías (61, 1-2). El pasaje de Isaías 61,1-2 ocupa un lugar central en el relato del Evangelio de Lucas que narra la visita de Jesús a Nazaret (Lc 4, 14-30). En esta escena inaugural, que tiene un valor programático y solemne. Jesús proclama un mensaje profundamente transformador durante una liturgia en la sinagoga. Tras leer: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la libertad a los cautivos, y la vista a los ciegos; para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19), Jesús afirma: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír» (Lc 4,21).
El “año de gracia” es un tema clave en este texto y remite al Jubileo del Antiguo Testamento, un tiempo de liberación, restitución y equidad que marcaba el perdón de las deudas y la libertad para los esclavos. Sin embargo, Jesús redefine este concepto como un tiempo de gracia universal, excluyendo cualquier idea de venganza divina. La gracia de Dios, tal como Jesús la presenta, no discrimina ni excluye; es un regalo ofrecido a todos, particularmente a los más pobres y marginados.
Lucas subraya que el mensaje de Jesús no puede ser reducido a una interpretación meramente espiritual. Los “pobres” a los que se refiere son aquellos excluidos de los bienes de este mundo, y el anuncio de la Buena Noticia implica una transformación concreta en sus vidas. Durante siglos, una espiritualización excesiva de la pobreza ha llevado a la Iglesia a apartarse de su misión original: el anuncio del Reino de Dios y su justicia
San Antonio María Claret leyó el texto de Isaías y Lucas en clave vocacional:
El Señor me dio a conocer que no sólo tenía que predicar a los pecadores sino también a los sencillos de los campos y aldeas había de catequizar, predicar, etc., etc., y por esto me dijo aquellas palabras: Los menesterosos y los pobres buscan aguas y no las hay; la lengua de ellos se secó de sed. Yo el Señor los oiré; yo el Dios de Israel no les desampararé (17). Yo haré salir ríos en las cumbres de los collados y fuentes en medio de los campos, y los que en el día son áridos desiertos, serán estanques de buenas y saludables aguas (18).
Y de un modo muy particular me hizo Dios Nuestro Señor entender aquellas palabras: Spiritus Dominis super me et evangelizare pauperibus misit me Dominus et sanare contritos corde (Cita de memoria Lc 4,18 / Cf. Is 61,1) (Aut 118).
Claret comprende que su misión no se trata sólo de salvar a los pecadores del infierno, sino concretamente de llegar a los más pobres y poco instruidos. Como sabemos, también él comprendió la vocación de sus misioneros a la luz de estas palabras. Inspirado por Isaías y Lucas, comprendió que su misión y la de sus misioneros era ir al encuentro de los más necesitados. Hoy diríamos ir a las periferias geográficas y existenciales.
En este sentido, la Lectio con los pobres de la Plaza de San Pedro se convierte en testimonio vivo de una iglesia en salida, que se compromete de manera concreta con aquellos que más lo necesitan. En “la casa de Pablo”, la Palabra se encarna en la realidad de las personas sintecho, la fe se vive a través de la comunión, el reconocimiento de la dignidad humana y la solidaridad genuina. Esta experiencia nos recuerda que el mensaje del Evangelio no es meramente una proclamación, sino una invitación a dejarse anunciar la Buena Noticia desde la humildad, por medio de los propios pobres, quienes con su testimonio revelan el rostro transformador y humanizador del Evangelio. Así, en medio del frio y la noche que se adueña de la Ciudad Eterna, se reafirma el compromiso de acompañar, liberar y dar esperanza, haciendo tangible el espíritu del Jubileo y la promesa de un año de gracia para todos. ¡Los pobres nos evangelizan!
Edgardo Guzmán CMF